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domingo, 15 de enero de 2023

LA VENGANZA


LA VENGANZA



“La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno”. 
Walter Scott


Fantástica la frase de este escritor británico. Aunque más bien suena a sentencia.

Sobre el sentimiento de la venganza cada uno tiene su propia opinión. Casi todo el mundo dirá que no merece la pena. Y en cierto modo, estoy de acuerdo. Si tuviéramos que ir devolviendo con la misma moneda cada vez que alguien nos provoca sufrimiento o nos ofende, nos pasaríamos media vida invadidos de odio, rencor y sentimientos negativos. Por no mencionar la pérdida de tiempo que supone invertir en malquerencias pudiendo hacerlo en emociones que regocijen tu alma y te reconcilien con el entorno.





Pero por supuesto, una cosa es la teoría y otra muy distinta, la práctica. Aquí todos somos muy comedidos y políticamente correctos hasta que nos toca a nosotros. O nos tocan a los nuestros. O a nuestro honor, o a nuestro dinero o a nuestra dignidad. Hasta que un hijo o hija de puta se cruza en nuestro camino dispuesto a machacarnos a fuego lento porque se cree con el derecho de poder hacerlo y salir impune. Entonces damos un giro copernicano y descubrimos que ese sentimiento de venganza es puro instinto radical, visceral, profundo y endémico que habita con naturalidad en cualquiera de nosotros, y late con desesperación desde las entrañas de nuestro ser queriendo aflorar en su peor versión. Pocas veces en mi vida he sentido ese furor, esas ganas insensatas, pero irrenunciables, de que otra persona experimentara sufrimiento. Y aquí no me refiero al físico, sino al emocional que es mucho más pernicioso. Y lo digo sin remilgos. 

Muchos expertos han estudiado y analizado el comportamiento de las personas a lo largo de la historia, llegando a la conclusión de la que la venganza “tiene una función de protección dentro de una comunidad”.

Pensad, por ejemplo, en alguien que hiciera daño a vuestros hijos, que os involucre en un delito que no habéis cometido o que os haya humillado hasta perder toda vuestra autoestima. Quien diga que no tiene sed de venganza, sencillamente está mintiendo.
Yo aquí distinguiría entre desquite o desagravio, que viene a ser algo más reposado y socialmente aceptado, y la venganza pura y dura, que  no consiste en resarcir el daño que nos han hecho, sino que lo que persigue no es otra cosa más que el otro padezca en sus propias carnes el dolor que te ha ocasionado a ti. Una réplica exacta. Y si puede ser más intensa, tanto mejor.

A lo largo de nuestra vida, el impulso de revancha  (yo abogo por diseñar por una creativa, elegante, planificada) es ineluctable y yo diría que hasta necesario. Es humano y es legítimo sentir y pensar así. El daño, el dolor ocasionado de forma gratuita por gente mezquina requiere una respuesta en la misma línea. Que el otro sienta en su propia piel el padecimiento que infligió. Es cierto que con ello se persigue un objetivo más humillante que reparador, pero ¡qué placer tan increíble cuando lo consigues! Efímero, sí, pero placer al fin y al cabo. Porque eso de poner la otra mejilla me parece tan absurdo como imposible de cumplir.

No creo que el ser humano esté dispuesto ni capacitado para perdonar todo. Ni siquiera considero que sea sano hacerlo. Y con esto no hablo de acumular rencores, de fomentar enemistades o sentarse a descansar en la inquina de forma permanente, hasta verse apresado en un bucle del que ya no puedas escapar. No. Simplemente hay ocasiones en las que hay que dar salida en forma de malevolencia y que esa persona sepa que no se ha salido con la suya. Que ser malvado y retorcido tiene un precio.

Con los años he aprendido dos cosas fundamentales; una, tener paciencia. Saber que no todo llega en el momento y las circunstancias que uno desea. Que por mucho que quieras y provoques una situación, sólo pasará cuando tenga que pasar. Porque a cada cerdo le llega su San Martín, de eso no me cabe ninguna duda. La otra es que he aprendido a canalizar mi furia a través de la escritura. Escribir relaja, sana, desatasca, estimula, libera, emociona, divierte. Escribiendo puedes contar, criticar, evaluar, despellejar, maquinar, transgredir. Escribir es una magnífica y saludable terapia y si sabes hacerlo bien, la mejor venganza puede ser la literaria. O la peor, según se mire. Tan chispeante como demoledora, porque te puedes permitir cualquier licencia.

La capacidad para perdonar no nos viene de serie en los humanos. Hay que ejercitarla, pero eso sí, focalizada solo hacia aquellas personas que merecen ser perdonadas.

Es necesario saber distinguir entre perdonar y pasar página para no hacerte a ti mismo más que el daño indispensable.

El perdón no debe ser forzado ni tampoco fingido, porque entonces ni sirve ni resuelve  nada. Se convierte en un sentimiento vacuo y carente de credibilidad.

 Y tú, ¿perdonas, te vengas o escribes? Yo escribo mucho.





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